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jueves, 6 de abril de 2023

El cuerpo

 Nacemos indudablemente con un cuerpo, con un cuerpo que es nombrado desde antes de nacer como “hombre” o “mujer”. Una palabra que supuestamente nos definirá toda la vida; una palabra de dos sílabas que enmarca no solo el sexo del bebé, sino que también contiene una carga cultural he histórica que define como debe de actuar y verse. Construimos toda una narrativa alrededor de estas dos palabras a las que muchas veces llamamos `natural´, pero únicamente tenemos que echar un vistazo a la historia para darnos cuenta de que no es así. Formamos un modelo de cuerpos normativos que deben de estar sujetos a los estándares del género al que pertenecen culturalmente. Todo lo que no entre dentro de las características normativas es condenado a ser menos: menos “hombre” o menos “mujer”. No se toma en cuenta que la diversidad humana va más allá de dos géneros o dos sexos, y terminamos ignorando todos los cuerpos intersexuados que son forzados a entrar dentro de la categoría binaria.  Nuestros cuerpos son educados y condicionados a actuar y verse de cierta manera Expresamos nuestras identidades a través del cuerpo, destacando o reprimiendo elementos y tal vez modificándolo: nuestro cuerpo comunica información para poder ser catalogado.


 

Recíprocamente, el resto del mundo lee e interpreta nuestro cuerpo utilizando códigos culturales y roles sociales En contra, todas las identidades “otras”, que no se corresponden a este sujeto neutro, podrán sufrir desventajas sociales y discriminaciones, ya que el sistema cultural está planteado desde el punto de vista de las identidades privilegiadas. Un cuerpo no normativo es “otro”, porqué se puede encontrar fuera de lugar (“out-of-place”) en espacios públicos y sociales creados por y para el sujeto neutro. Como no encajan con ninguna de las categorías tranquilizantes que hemos definido, la manifestación pública de cuerpos no normativos puede producir un efecto desestabilizante, ya que rompe las normas y el sistema de poder .

En la sociedad contemporánea el cuerpo ha adquirido un estatus que modifica ampliamente los parámetros según los cuales había sido conceptuado en épocas anteriores. En la actualidad se considera como una mercancía, alejándose cada vez más de sus parámetros naturales y de sus funciones fisiológicas. El mantenimiento del cuerpo en un estado de salud ideal obliga a las personas en general, y a las mujeres de una manera especial, a someterse a determinadas disciplinas alimentarias y a severas sesiones de gimnasia y de masaje. Así mismo, el uso excesivo de sustancias cosméticas y de cirugía estética, nos hacen pensar en un cuerpo inacabado y siempre susceptible de revisión, cambio y transformación. La lógica del consumo se introduce en el proyecto de cuerpo de los jóvenes, colocándolo como un centro de inversiones estéticas, narcisistas, físicas y eróticas. El progreso de las ciencias y la tecnología en el campo de la salud y, concretamente, en el de la reproducción plantean situaciones beneficiosas para las parejas que desean tener o evitar la descendencia, pero no podemos olvidar que colocan a las mujeres en situaciones de riesgo y de peligro. Ciertos fenómenos que antes eran naturales como el embarazo y el parto ahora tienen un carácter social, ya que se contemplan las decisiones de las personas implicadas. Otro aspecto a destacar es el mundo de la publicidad, donde los cuerpos son utilizados como mercancía, ocupando un espacio importantísimo en los mensajes publicitarios y recurriendo a la representación de cuerpos jóvenes por cualquier motivo. En este campo los cuerpos juveniles están muy estandarizados, mostrando un patrón normativizado en cuanto a tallas, pesos y tipo de ropa. La juventud es presentada de una manera acrítica: en su mayoría son hombres o mujeres occidentales, aunque enseñen algunas conductas nocivas (alcohol, conducción, relaciones sexuales, etc.), parece que estén excluidos del riesgo y del peligro de accidentes, son mostrados como representantes de un estatus socio-cultural elevado, la cultura no suele presentarse como un bien de consumo dedicado a las personas jóvenes, el cuerpo de las mujeres aparece como objeto para ser exhibido y controlado y por el contrario, el del varón se representa como un agente desafiante, atrevido y dominante.

En vez de ser un producto diseñado y acabado por la naturaleza, el cuerpo se ha convertido en una materia prima susceptible de ser trabajada por diversos arquitectos que modelarán la sustancia para que se acerque, en la medida de lo posible, a lo que marcan las normas éticas y estéticas en vigor, en una sociedad determinada y en un momento histórico concreto. Además, el valor del cuerpo de la mujer es, en buena medida, estético y clásico: insiste en el interés por los pechos, mientras que el del varón persigue la evidencia del músculo y la fuerza.

La construcción social del cuerpo se nos impone como un ideal normativo que configura nuestra identidad, tanto frente a nosotros mismos como frente a los demás, en unas complejas interacciones inter e intra personales. La presión social mediante las representaciones metafóricas de los cuerpos, categorizados como masculino o femenino, nos bombardea con propuestas estereotipadas y antagónicas para ambos sexos, teniendo en común una representación ideal de cuerpos perfectos. El cuerpo femenino se minusvalora como cuerpo para el otro, como objeto de deseo y admiración sobre el que se ejerce mayor violencia simbólica que sobre el del varón, dando lugar a problemas de autoestima y a consecuentes comportamientos que pueden desembocar en conductas anoréxicas o bulímicas y en demandas a la tecnología biomédica para, mediante intervenciones quirúrgicas, modular cuerpos perfectos y estereotipados.
Debido a la diversidad funcional, sus cuerpos no se adecúan al ideal de belleza y deseabilidad. Todas ellas consideran que eran más exitosas en el campo de las relaciones afectivo-sexuales y que se sentían más atractivas antes de la diversidad funcional. No hacen referencia únicamente a la dificultad de integrar el cambio físico sino el cambio estético en general que supone el tener que cortarse el pelo o vestir de una determinada manera, estos elementos estéticosPara las personas con diversidad funcional, tener pareja supone una muestra de estatus social y de éxito personal, una manera de demostrar públicamente que pueden hacer cosas que su entorno no espera. La familia suele mostrarse reticente y crítica ante las posibilidades de que estas personas tengan pareja, se casen o se reproduzcan. En consecuencia, estos elementos constituyen logros de autonomía y mecanismos de empoderamiento para las personas con diversidad funcionalLa valoración de la potencial pareja sigue los criterios de deseabilidad habituales en el “mercado afectivo sexual” como son el aspecto físico, el nivel económico, cultural, etc.

Toda la visión social que se tiene de nosotras ha hecho que se nos reprima sexualmente durante años, se nos ha vendido como “cuerpos no deseables”, “cuerpos enfermos “cuerpos no normalizados”. El derecho al propio cuerpo lo tenemos todas, pero hasta ahora había sido reprimido y, como todos los cambios de visión y de paradigma, será un proceso largo. Existen cuatro maneras de mirar a la diversidad funcional, la primera desde el asombro, esta maneracoloca al sujeto que es mirado en una posición de lejanía, la segunda desde lo sentimental, la cual coloca al sujeto discapacitado en una posición inferior a través de la pena y la compasión del que mira, la tercera corresponde con lo exótico o lo transgresivo, la cual hace ver la diversidad  funcional como algo extraño y distante (freaky), y por último la manera realista, que supone un acercamiento a la diversidad funcional,naturalizándola y minimizando las diferencias entre el que observa y la persona con diversidad funcional. En lugar de centrarnos exclusivamente en los avances en materia política y de derechos de manera lineal y ascendente debiéramos reparar también en los pocos cambios sucedidos en los espacios, la retórica, las oportunidades de participación social, la autonomía y las representaciones sociales de la diversidad  funcional .

Como conclusión extraemos que, mirar a la diversidad funcional desde el modo realista nos hace entender que no es una tragedia sino una parte normal de la vida que se convierte en tragedia cuando las personas con diversidad funcional son excluidas del discurrir social. El problema no surge del hecho de no ver o no oír sino de la discriminación que esto provoca, que se traduce en la pérdida de
derechos en educación, salud, vivienda o transporte.
Una de las verdades de la diversidad funcional, es que existe la diversidad
humana y que lo dis-capaz, dis-forme o dis-idente suponen un desbarajuste para los sistemas de representación, clasificación y ordenación de los cuerpos.


 

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